Alimento a tu pez

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La muerte siempre viene acompañada de clichés. La gente regurgita frases sobre cuánto van a extrañarte, sobre lo bien que te conocían, sobre su desacuerdo con tus acciones, sobre cómo tu vida no empeorará pero tampoco mejorará. Se visten de negro como una señal de dolor. Están llenos de mierda. Sé que suena terrible, pero el respeto póstumo siempre me ha parecido en extremo deshonesto. No digo que el luto sea egoísta. Pero tampoco puedo decir que el luto sea por nadie más que los vivos.

La mañana después de que te quitaste la vida, en mi cama despertó alguien más que no era yo. No sé explicar la diferencia. Después de pensarlo por mucho tiempo—esas noches en las que podía verte cada vez que cerraba los ojos y podía sentir las lágrimas quemándome las mejillas en silencio—, creo que la respuesta es simple: era yo, con tu alma sustraída. Sé que no es una respuesta clara, pero creo que entiendes a qué me refiero. Tal vez yo también estoy lleno de clichés.

Sigo tu rutina porque tú ya no estás aquí para hacerlo tú mismo. Me lavo los dientes—con mi cepillo, claro—y me baño. Alimento a tu pez. Me pregunto si tú hubieras querido que lo conservara, después de haber objetado tanto a nuestra decisión de comprarlo. Recuerdo que dijiste que el pez probablemente moriría en un mes o dos. Pero aquí sigue y no sé si eso me hace feliz o no. Recuerdo que una vez me preguntaste, molesto, qué demonios tenías en común con un pez, y no supe qué responderte.

El concepto de quitarte tu propia vida es curioso. La muerte también viene acompañada de la falsa analogía. Como nuestro cuerpo y nuestras decisiones son nuestras, nos gusta pensar que la vida también lo es. Algo independiente. Un sistema cerrado. Pero estamos equivocados, cegados por un fantasma de individualidad. Nuestra vida no es nuestra, sino de aquellos que nos aman.

 ¿Qué clase de tirano arrebata unilateralmente algo que no es suyo? El dolor me obliga a pensar en razones para estar enojado contigo. ¿Nunca te detuviste a considerar que tal vez, solo tal vez, tu vida no te pertenecía? Tal vez lo sabías. Tal vez por eso decidiste quitártela.

Supongo que la mente no puede lidiar con problemas tan grandes. Así que alimento a tu pez. Me pregunto si él sabe que te fuiste; tu vida también le pertenecía a él después de todo. Tal vez se percató de tu ausencia, pero solo brevemente.  Un pensamiento estúpido cruza mi mente: si un pez se viera obligado a contar tu historia, probablemente se olvidaría de hacerlo y no la terminaría. Supongo que eso tienes en común con los peces. Siempre parecen dejar sus historias inconclusas.